viernes, 16 de diciembre de 2011

¡Gozar del cuerpo del otro, no es signo de amor!:


El sexo como obstáculo
al encuentro amoroso

 Colaboración especial de Alexandro Simancas O. (psicoanalista




De “La vida sexual de Chaterine Millot” a “Mujeres” de Charles Bukowski, pasando por “Memorias de una madame americana” encontramos en la literatura contemporánea un abordaje inédito sobre el sexo. La reflexión o subversión moral sadeana de “Filosofía del Tocador” ya no esta presente, el sexo como tal, no asusta más a nadie, y con esto no digo que ignoro o desconozco la existencia de grupos como Pro-sida, y a personajes como  Serrano Limón: el fetichista de las pantaletas, solo que a mi modo de ver estos grupos y sus respetables lideres no pueden faltar en la cultura actual, debido a su valor folklórico y referencial ….pero volvamos a lo nuestro, el sexo que no la sexualidad, es hoy, lo que nunca ha sido en la historia de la civilización occidental, y quien diga que esto es inesperado, enfermizo o anormal, tendría que contener sus palabras, para antes ponerse a revisar, los efectos del cristianismo en la cultura. Y es que decir, como algunos escritores, que el sexo a pasado del milagro a la banalidad, concuerda con la lógica de la susodicha religión: si del pensamiento impoluto de Dios concebimos a la creación y de paso al hombre, no como la obra maestra, sino como un resto –bastante imperfecto- de la intensión original, no es tan difícil pensar al sexo en su historia y deducir que, en la actualidad, el sexo no podría ser otra cosa que la más codiciada mercancía, con la que se mide el éxito, inteligencia y por su puesto educación de millones de hombres y mujeres en todo el mundo. 
Así es, el sexo, hoy, todo mundo lo quiere, incluso aquellos a quienes no les gusta, porque seguro estoy que ustedes bien saben, que el sexo a más de uno le hace mueca. Con todo, no es correcto despreciarlo, y mucho menos poner en duda su valor para el “éxito” del matrimonio, como nos lo enseña Vanidades, Elle, y Cosmopolitan. El sexo es, no importante, sino la piedra angular que sostiene al citado sacramento. Me pregunto, qué dirían hoy los grandes Padres de la iglesia, si supieran que es el sexo y no el amor quien sostiene y sacraliza la vida conyugal. Ustedes, qué piensan, ¿será verdad que el sexo sostiene la vida marital, o la hace al menos, más soportable? Pensándolo bien esta es una mala pregunta si abro los ojos y tomo en cuenta, la mala fama que tiene ahora el matrimonio; hablemos pues de vida en pareja, de noviazgo, de todas aquellas formas que tenemos hombres y mujeres para relacionarnos sexualmente, y conste que digo sexualmente, no sexológicamente. Insisto en ello, por que lo que atañe a la sexualidad no es siquiera vislumbrado por el sexólogo, profesión que fue una interesante disciplina y consejera en los tiempos de la reina Victoria, en la que las mujeres suponían que el monte de Venus seguramente se encontraba en algún lugar cercano al monte Olimpo y los labios, bueno, aquí me detengo, por que si algo tenemos los analistas es darle su lugar al pudor.
Pudor, que muchos sexólogos confunden con una vergüenza que es menester eliminar para saborear las delicias del sexo, del erotismo dicen ellos, pensando que el erotismo es una especie de desinhibición que permitiría expresarlo todo; todo, waw, la entrega total, la puesta en acto de la ultima de nuestras fantasías, imagínense ustedes esa posibilidad…. ¡Imposible!, ¡Imposible! Pues desde Freud, sabemos que el deseo es, en su constitución, estructuralmente insatisfecho. ¡Pero que digo! Ustedes quienes me escuchan, saben de lo que hablo, y por ello estarán de acuerdo conmigo que eso de poner en acto todas nuestras fantasías, no solo pondría en peligro aquello de saborear las delicias del sexo, sino también la perdurabilidad de nuestra relación con el otro y en algunos casos, incluso su sobrevivencia. La sexología pues nos dice poco, y en muchos de los casos su forzada imaginación en relación al cómo, termina por elidir la verdadera problemática que se presenta en la cama. 

El erotismo no es un problema de técnica amorosa, de someternos todos, a un entrenamiento intensivo de fin de semana destinado a eliminar nuestras molestas “inhibiciones”. El erotismo es ante todo, un asunto que concierne al deseo.
Sigmund Freud en sus primeros textos aborda la enigmática sintomatología de la histeria, sus parálisis, sus dolores, la presentificación en el cuerpo de un deseo reprimido; en realidad, Freud se enfrenta con esas histéricas que lo llevaron a inventar el inconsciente a una erótica del deseo, es decir, a la posibilidad humana de investir el mundo con la libido sexual. De hacer de la realidad circundante, un campo para experimentarse vivo en el placer y el dolor, pues el mundo y sus objetos, incluido el cuerpo no son sino un extenso territorio que tiene su existencia en nuestra psique; el alma, ese mediador plástico entre el cuerpo y el espíritu es en verdad el lugar en el que nuestras pasiones y la imagen de lo que somos: es. El espíritu, siguiendo la teología cristiana, es divino en todos e igual ante Dios, el cuerpo, una prisión o en el mejor de los casos un vehiculo de manifestación, pero el alma es la que se salva o se condena, pues en ella es dónde el hombre tiene la posibilidad de decidir su destino: la comunión con sus creador, o el sufrimiento de verse separada por siempre en la eternidad, del único motivo por el cual fue creada: el amor.
Se ha dicho que el campo abierto por Freud, es el campo del deseo, no solo comparto esta apreciación, sino me atrevo a decir que es en este campo el único dónde es posible conocer y dejarse engañar por el amor. Un amor que, déjenme decirles, no es un amor cualquiera, no es el amor que expolia al enamorado so pretexto de adoración, no es un amor narcisista que despoja al otro de su diferencia para someterlo al despótico dominio de sus expectativas. El amor que se gesta arropado en el deseo, es un amor que engaña como conviene al sujeto, por que quien diga que el amor no es un señuelo, será porque en verdad nunca ha estado enamorado. 
El deseo y el amor es un binomio inseparable, ¿y el sexo? se preguntarán ustedes; el sexo es, indudablemente, un obstáculo al encuentro amoroso; y lo digo sin el afán de promover una ética del célibe, es más quiero decirles, que yo, al igual que en la sabiduría de nuestros ancianos indígenas, pienso que el mundo y la vida comienza con el 2, no con el 1, sino con el 2, por que en el 2 hay tensión, hay  encuentro, en cambio en el 1 ¡puro aburrimiento!...S 2 sin embargo, no lleva consigo al sexo, por que en el acto que así designamos y en total contradicción con lo que dice la Biblia, no nos conocemos. Es más podría decir que el sexo, es el mayor engaño y es solo por eso, que podemos vincularlo al amor. 
Ahora bien, el engaño del sexo y el amor, no es el mismo. El sexo engaña y hace obstáculo al amor porque enmudece a los amantes, se habla antes, se habla después –si se tiene suerte claro- , pero a la hora de la entrega -las frases bonitas desaparecen-.  Por otro lado, que piensan ustedes, ¿será importante para él y principalmente para ella, como se consintió llegar a ello? ¿Sabe lo mismo un acostón, que un beso suave y prolongado a la mujer que uno ama? Ustedes chicas, ¿de verdad quieren una igualdad de genero que facilité su degradación al hombre? Porque no se trata hoy de cuestionar si la mujer tiene derecho a desear o no llevarse su pareja a la cama, sino lo que esta en juego de verdad, es si ella sabe que: el cómo lo lleva, signará por siempre su relación con el hombre, sea este un gentleman o un canalla. 
Signar quiere decir marcar, firmar algo, dejar huella; en las bibliotecas se signan los libros para saber dónde van, cual es su lugar, y los hombres al igual que los bibliotecarios acostumbran signar a sus mujeres, catalogarlas, es algo muy masculino, intentar designarle un lugar a las mujeres de su vida; por lo regular como por arte de magia o por obra de algún duende, las mujeres se mueven, se descolocan, suelen incomodarse del lugar asignado por el hombre y eso…bueno, eso es un asunto que no voy a tocar en esta ocasión, ahora lo que me interesa es mostrar como las mujeres, pueden entrar a un lugar o a otro en la clasificación erótica de los seres definidos como masculinos. Eso dependerá de varios factores, el forro, volumen, número de horas –perdón de hojas- etc. Y algo muy importante será: el género, literario por su puesto; si la novela es romántica tendrá su lugar y también una clase muy específica de lectores, si el tema de la obra es una tragedia seguro que no la encontrarán junto aquellas que hablan de autoayuda…y así por el estilo, la pregunta es ¿de qué depende la clasificación? Antes de continuar quiero decir que a esto del index del amor no se escapan los hombres, aunque las mujeres utilicen algo totalmente diferente para ello, y por cierto mucho más difícil de generalizar, por no decir…imposible, y es que ellas son más susceptibles de catalogar a sus ejemplares de acuerdo a…..lo que leyeron ese día y si el incauto tuvo la atención o no de tomar en cuenta lo que llevaban puesto, en fin esto también será tema para otro momento; regresemos mejor a lo nuestro, al problema del amor y el sexo, no sin antes señalar que en lo que a catalogar se refiere, también las mujeres tienen su lógica, pues como diría J.Lacan  ellas no están del todo locas, solo digámoslo así, un poquito. 
Decía hace un momento, antes de mi digresión por el asunto de la clasificación de las mujeres por parte de los hombres; que para el psicoanálisis es importante distinguir las vías por las cuales se deja engañar el sujeto en su encuentro con el amor, decíamos que el engaño del sexo estriba, fundamentalmente, en su mutismo, en el rechazo a la palabra por la intensidad del clímax. En ese momento lo único que se quiere, es gozar, gozar del cuerpo del otro, no gozar con el, pues de su goce nada sabemos, ya que es inaccesible como el nuestro. 

El sexo es entonces una irrupción, un agujero de sentido, y por ello, podemos anudarlo a cualquier cosa, incluido el odio. El odio, es lo primero de lo que no se quiere hablar cuando se toca el tema del amor, es, si me permiten decirlo, de mal gusto; sin embargo para nosotros, los psicoanalistas, el odio va con el amor como una cara que implica a la otra en una moneda, son inseparables, con esto no digo que hay que esperar en una relación lo mismo que en los volados, es decir que a igual numero de besos y caricias, habría que esperar igual numero de golpes y mentadas de madre, no es lo ideal, pero sucede. Y si el sexo es bueno en una pareja, no faltará quien diga:  “me insulta, me humilla y me hace llorar, pero no me odia, si vieras como me hace el amor…mmmm, seguro que me quiere” algún tiempo después, no es raro encontrarse a estas mujeres como cotorras, es decir todas moradas; y en el caso de los hombres, qué pasa, pues también les dan sus palos, no literalmente –al menos no es lo común- pero que tal cuando una mujer decide fastidiar a un hombre, hay que correr, son feroces, y si del sexo se trata, pobre de aquel que piense que por llevarse a una mujer a la cama ya la hizo, ingenuo, no sabe en la que se metió -metafóricamente hablando- más le habría valido irse con cuidado, platicar un rato antes con la princesita. 
El sexo y el amor se anudan de manera perfecta, de hecho es una buena fórmula para engañar al sujeto, haciéndolo creer que en una buena cogida, están ya ahí los gérmenes del amor, a veces sí, de que hay gérmenes los hay y en ocasiones muy peligrosos, pero gozar del cuerpo del otro no es signo de amor. Y cuando el propósito del sexo es animado por el desprecio, la degradación o la venganza ¿será menos rico? en lo absoluto, hay veces que así sale mejor, son conocidos los casos de hombres y mujeres que alimentan su erotismo con el pan cotidiano del odio. Apenas hemos comenzado con algunas reflexiones y el espacio para este escrito se acaba, me quedo con la impresión de apenas haber delineado el tema que nos convoca.
 El sexo como obstáculo al encuentro amoroso no solo puede anudarse al odio, a las intensiones más horribles que uno pueda imaginarse, también puede ser fabuloso y muy divertido, principalmente cuando se tiene en claro que es lo que se quiere y se lo dice al parteneire; esto sin embargo no hace desaparecer la dimensión del engaño en el amor y el sexo, pues la honestidad del sujeto no implica la ausencia de señuelos en su estrategia para embromar al yo y al otro, para permitirle engañarse de la buena manera, aquella que posibilita el encuentro con el agalma, con lo precioso del goce envuelto en las sabanas del amor. 
  Alexandro Simancas O.
Psicoanalista de orientación lacaniana. Ciudad de México. amordio@gmail.com


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