sábado, 19 de enero de 2013

Mi país me duele...


Colaboración especial  de Francisco Ramírez Arroyo


Amanecí con el dolor de mi gente,
no es sólo Monterrey o Torreón,
es Guadalajara, Michoacán, Tijuana, Guerrero, un rincón de Chiapas,
la sierra yaqui y poblados en los que también se llora aunque pocos se enteren de ello.
Es todo el país...
Me duele mi gente y me duele la historia no aprendida,
me duele la fe muerta,
me duelen los ojos de nuestros hijos con la incertidumbre de mañana
mientras cantan una ilusionada ronda,
me duele mi madre y su esperanza,
me duele mi padre que murió por culpa de un judicial imbécil, borracho y drogado, cuando recuerdo que mi padre nos cantaba a sus hijos:
“yo miré envejecer a mis padres
en espera de un mundo mejor”,
me duele la prensa que no es mas que una puta miedosa y convenenciera,
me duele el activismo de dientes para afuera,
me duele la ceguera del ejército, pobre servidumbre del gobierno
indigno defensor de un pueblo,
me duelen mis hermanos, sus hijos y sus sueños
y quisiera que nuestros temores fueran como los de mi ahijado
ante la inocencia de no poder bajar una resbaladera...
me dueles tu y me duelo yo,
me duele que hasta los chistes ya son chistes de horror,
me duele el paso cansado y triste de mis vecinos
quienes cierran sus ventanas y aseguran sus puertas
cuando antes veían el amanecer extendiendo los brazos
y salían a regar la calle y barrer la banqueta,
me duelen los cantantes que no saben que el micrófono
es un pacífico pero efectivo instrumento de transformación social
y también me duelen los “artistas”, cineastas y pintores,
los intelectualitos suplicadores de becas que se adornan en la pasarela
de la vanidad que los consume y hace que se maten entre ellos
se mantengan vivos con un puñal clavado en la espalda,
me duele el maestro que solo quiere mantener su plaza y llora incentivos a la menor provocación, olvidándose de reforzar el espíritu y el saber de un niño que quizá sea el tan anhelado “hombre nuevo” que nos lleve a contemplar la banca del parque en donde los enamorados se prometen alimentados de ilusiones...
He amanecido con lágrimas de rabia,
de historia,
de calle, de mundo, de vida, de país, de gente, de mi pueblo,
muy molesto conmigo y la somnolencia masiva,
molesto con la amnesia selectiva de una sociedad que no entiende de historias...
Me duele el miedo de mis tíos y el que vivieron mis abuelos
y pienso en el horror, el insoportable horror,
el tuyo,
el mio,
el del desesperanzado que vio consumirse a su familia en el campo de concentración,
el del niño baleado cruzando la frontera,
el negro apaleado pagando la culpa paradójica de su lamentable y orgulloso color.
Y aun así,
he extendido los brazos para envolver de amor a quien pase,
he mirado al sol dedicándole una sonrisa a mi gente
con la invitación a transformar REALMENTE esto que ya no puede
ni debe seguir así.
Y le hago un homenaje a los que lograron colocar una flor en los fusiles,
al hombre que se paró frente a un tanque de guerra y lo detuvo
con el poder de su voluntad...
y cierto es, en este momento no hay tiempo de creer en Dios,
quiero creer en la voluntad de los hombres
y creo en la idea que Beethoven elevó a su máximo nivel:
“Que todos los hombres del mundo se fundan en un gran abrazo”.
Creo en el escalable pastel que propuso mi mejor amiga
y creo que los héroes no murieron para convertirse en nombre de calle, colonia o hacinado multifamiliar a punto de derrumbe...
Ya no quiero creer en la estúpida idea del norteño altanero, del ventajoso chilango, del regiomontano codo o el doblecara tapatío,
quiero creer en un país en donde la sangre no sea el caldo de riego para la semilla del dolor,
quiero un país en donde el día de muertos sea una fiesta entre tradición y alegría, esa fiesta de la que tanto hemos presumido,
ya no quiero que todos los días sean el día de los muertos,
ni quiero que los niños jueguen con un balón hecho de piel de decapitado.
Quiero que salgas de viaje y regreses sonriendo por la amable tranquilidad encontrada desde la playa al desierto, de Yucatán a Tijuana,
acompañado de una mano confiable,
no empujado por el estúpido y absurdo cañón de una pistola.
Se que en la cúspide de la desesperanza, el dolor y el cansancio,
se verá como en un amanecer después de la peor tormenta
la luz que nos haga reconocer nuestros rostros
y en la fascinación de dicho reconocimiento
correremos a abrazarnos,
a tomarnos de la mano,
a besarnos y construir el amor,
y viviremos en poesía,
en al ánimo de la canción emotiva,
lloraremos “de felices”
y cuando llegue la noche no existirá temor alguno
porque entenderemos que las estrellas siempre estuvieron allí para guiarnos.

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