Nunca como antes cobra vigencia parafrasear el famoso y brevísimo cuento del gran Augusto Monterroso, aplicado a la “engimática realidad mexicana”, que de la noche a la mañana (12 años en términos históricos es nada), mediante el voto de los ciudadanos, decide regresar a Los Pinos al Partido Revolucionario Institucional (PRI), luego de echarlo en 2000 tras 71 años de mantenerse en la Presidencia de la República.
Hay que esperar al cómputo final, la “última palabra no esta dicha”, dijo un mesurado Andrés Manuel López Obrador, quien –creemos y deseamos- abrió la puerta no hacia la movilización como ocurrió en 2006, sino a la impugnación de los resultados ante las instancias electorales.
Y es que la confrontación que pudiera devenir en violencia es lo menos que requiere este vapuleado país que parece hundirse cada vez más sin remedio. Cualquier «chispa» puede generar un incendio de gran magnitud.
Se ha escrito demasiado sobre la “docena trágica” de los gobiernos panistas en la Presidencia, desgaste que sin duda influyó en el voto de castigo en los comicios de este 1 de julio. ¿Pero cómo explicar el retorno del PRI, así sea, en estos momentos de manera virtual, luego del conteo rápido del Instituto Federal Electoral? ¿Los especialistas, investigadores, politólogos, cómo explican que un partido tan longevo se haya mantenido en pie después de la derrota y luego regrese tan campante al poder presidencial, caso tal vez único a escala mundial?
Remitirse a los errores de Andrés Manuel López Obrador o al consabido fraude, parece una salida fácil, como lo es el señalar que el triunfo de Enrique Peña Nieto se construyó desde Televisa mediante un adecuado marketing. No se desdeñan estos factores, pero fueron ¿los determinantes?
Entre los ciudadanos de a pie corría un argumento contundente, envuelto en la vorágine de violencia e inseguridad generada por las delincuencias organizada y común, en complicidad con los tres niveles de gobierno: “los gobernantes del PRI eran unos corruptos pero al menos mantenían al país en paz”.
Tal afirmación puede cuestionarse desde diversos ángulos, pero ahí estaba rondando. A esto habría que sumar a los miles de jóvenes que no conocieron el autoritarismo del tricolor y la falta de capacidad de las izquierdas partidistas para consolidar una presencia de carácter nacional, no sólo focalizada en el Distrito Federal, reforzada ahora con el triunfo de Miguel Mancera.
Lo cierto es que el PRI nunca se fue, por las buenas o las malas, con sus viejas y renovadas mañas, sacando provecho a la incapacidad de los otros partidos, siempre mantuvo una presencia importante en el Congreso de la Unión y en buena parte de los estados. Se adaptó a la alternancia, mientras sus adversarios y uno que otro mal pensado lo dieron por muerto tras la debacle electoral de hace 12 años.
Ya está de regreso, parece que el sueño de la transición democrática concluyó y al despertar encontramos que el dinosaurio no se fue, sino que retornó con todo y copete...
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