lunes, 12 de septiembre de 2011

El placer de la omnipotencia

Colaboración especial de Edna Elena Gómez Murillo
Psicoanalista

Un superhéroe es una propuesta estética, una forma muy delicada de hacer un llamado a lo que de espiritual pero sobre todo de pulsional hay en el sujeto.
La experiencia estética implica emociones producidas por la armonía o por la desproporción (sea lo que esto signifique para los diferentes grupos culturales) y si comúnmente relacionamos lo estético con obras artísticas en este momento podemos añadir que cualquier vivencia subjetiva trae aparejada la posibilidad de placer o  malestar  en tanto que participa el acto de significación  del sujeto.
La acción del superhéroe inflama los ánimos, no es únicamente su imagen lo que entusiasma a sus admiradores (incluso a quienes no lo son tanto), es principalmente su acto que demuestra que para él no hay límites en la utilización de la fuerza, el límite lo pone el haber conseguido lo que pretendía. La vertiginosidad y contundencia de cada acción llena los sentidos y la expectativa de que el bien existe. Y más allá,  produce un gusto en la combinación de lo sutil del fin heroico, con los medios terribles que habrá que echar a andar el héroe para alcanzarlo.
En esa combinación digamos que se juega la simultaneidad de la  integración y la desintegración de que es capaz la vida psíquica. Omnipotencia que el sujeto se atribuye en función de obtener siempre una satisfacción que no le queda develada pero que produce efectos. 
Las  creaciones que conforman la cultura son derivaciones de las experiencias subjetivas de cada uno de los individuos que la constituyen. En Batman, personaje que tomaremos ahora para representar  la postura del superhéroe,  se conjugan de manera muy bella los aspectos claramente psíquicos con una propuesta cultural que fue elegida –suponemos- por su significación en la historia de la civilización, el periodo gótico fue originalmente todo un conjunto de creaciones principalmente arquitectónicas y plásticas cuya finalidad era la experiencia de estar cerca de Dios. Ciudad Gótica es entonces la representación de un deseo: acercarse a lo divino y más exactamente, a la condición de ser dios. 
La  forma de utilizar la luz en los espacios consiguió producir sensaciones de elevación e ingravidez transfigurando la luz y alterando la visión de la materia contenida en los elementos de cualquier objeto. La vivencia en los espacios góticos era (al parecer) efectivamente irreal y al mismo tiempo simbólica. Una propuesta que abarcó cerca de tres siglos y que partió del deseo místico y religioso de los sujetos.
Lo anterior nos va indicando cuál es la lógica del superhéroe. La conservación de la unidad que él representa, la de las fuerzas aparentemente opuestas. Y en esa unidad, el sostenimiento de una dinámica, la que produce el juego entre el bien y el mal, con sus consecuentes posturas protectoras por un lado, y de conflictos del superhéroe consigo mismo al cuestionarse sobre su capacidad y sus límites. 
Sin embargo, aún en esa diferenciación de postura lo que se reconoce es una moral actuante en un juicio de valor, un argumento que justifica el acto de matar al otro ya sea de manera literal o en su metáfora que es imponer  la propia voluntad y visión del mundo cancelando cualquier otra. El superhéroe es  una moral.
No es nada sencillo posicionarse frente al evento denominado superhéroe; son múltiples las dimensiones a considerar, el personaje mismo, sus móviles, sus medios, las encrucijadas que propone, la intención de sus creadores, su tierra de origen.  
Estados Unidos de Norteamérica, país representado por su creación, el superhéroe,  opera a partir de un principio: cada hombre se hace a sí mismo, llevando a cabo lo que sea necesario para conseguir lo que desea. Estéticamente esto produce un gran placer, la omnipotencia que da esa libertad va más allá del territorio norteamericano. Funciona una moral que se aplica indiscriminadamente, como se aplica la moral: en tanto que el sujeto se hace a sí mismo, tiene la facultad de tomar como ley su propia palabra y obra, y además aplicársela  a otros.  Este valor  promueve la fragilidad y muchas veces la ruptura del lazo social. Se sobrevive pero no se hace cultura, lo que sì se  hace es ir a destruir la del otro.
Se favorecen  así condiciones muy similares a las de la horda primordial en la que regía la ley del más fuerte y por la cual era factible por lo pronto el asesinato y el incesto.
Este hombre que se hace a sí mismo se ve fortalecido por otro  ideal: el del  sueño americano, que como designio opera en cada uno de sus habitantes para movilizarse permanentemente hacia el anhelo de éxito material, la perfección moral y el progreso social. 
El superhéroe puede ir a conquistar, a devastar y a exterminar en pos de instaurar su visión del mundo como el bien común. Personifica la justicia, él sanciona y recompensa. 
Como vemos, no se distingue del villano, escuchamos al Guasón decir “yo soy un agente del caos y sólo el caos es justo”. 
La moralidad es esa inclinación permanente a aplicarle al otro lo que suponemos es lo justo. La justicia es esforzarse por ajustar a todos a una misma suposición de verdad y de bien. La experiencia estética a la que lleva el superhéroe recubre la experiencia de la falta de ética y presentar el supuesto conflicto ético de un héroe para engañar a los avezados críticos de la supe heroicidad,  es un recurso más de esa falta de ética que se detecta sólo desde una mirada a distancia.
Un superhéroe es inflexible, el malo es el malo y el bueno es todo aquel que básicamente en algún momento pasa por una victimización y que automáticamente tiene que ser salvado. El malo en tanto tal, no amerita una sola consideración por parte del superhéroe,  y si eso llegara a ocurrir, el fan lo estaría viendo flaquear. Esta  perspectiva maniquea de la realidad, sostiene el acto de analizar como un imposible en tanto que inútil o innecesario, y a la moral como la solución más rápida frente a la movilización subjetiva. 
Batman nos ofrece un goce  estético cuando se conflictúa con su papel de protector social. Nos ofrece otro más en el momento en que se enfrenta con un villano francamente lúcido para quien es claro su código de valores: sostiene vivo al superhéroe como la posibilidad de completarse.
El goce estético al que invita la genialidad del Guasón radica en la postura del perverso que es proponerle al otro insistentemente la posibilidad de satisfacerse en el acto de matar. Provoca aquello que sabe que habita en el otro. Lo llama y espera la respuesta riendo.
Vemos que no es el dinero su interés como lo sería el de cualquier delincuente común, no, su móvil es pervertir la propuesta amorosa del otro, al punto en que por ejemplo, gesta la ocasión de que el alcalde diga que todo depende del azar y que en él deposita la vida.
Es un discurso este de la unidad héroe-villano sumamente seductor ya que señala lo que es propio de los sujetos. 
El superhéroe y su villano, es esa unidad  ideal cuyo poder es borrar la experiencia terrible del enfrentamiento del sujeto con él mismo y la experiencia de fractura que esto conlleva. La unidad héroe-villano,  la borra porque la convierte en otra forma de satisfacción. 
 Nos cautiva lo sublime del superhéroe así como la lucidez del enemigo y es en esa unidad  en la que ahora nosotros podríamos completarnos.

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