jueves, 18 de agosto de 2011

Los mineros zacatecanos y el culto a la Santa Muerte

Por Memo Correa




Noria de San Pantaleón, Sombrerete.- “Santa Muerte, permíteme bajar y subir. Yo te lo agradeceré”…, con esta sencilla oración que los mineros zacatecanos rezaban antes de entrar a los oscuros y peligrosos tiros mineros a finales del siglo XVIII, se reconoce la fe y culto a la también llamada “Niña Blanca” o “La Señora” y cuya imagen –la más antigua conocida en la actualidad-, descansa en el pueblo de la Noria de San Pantaleón, en el municipio de Sombrerete, Zacatecas.

Su origen o cómo llegó la imagen de la Santa Muerte a esta región del norte del estado es desconocido. Su presencia se registra en las antiguas minas de Sombrerete a partir de 1790 en delante, específicamente en el pueblo de San Martín de las Norias de San Pantaleón, fundado por Francisco de Ibarra en 1554 y hoy representa uno de los cultos paganos más importantes en todo el país con alrededor de dos millones de creyentes, según cifras conservadoras.

Si bien es cierto que la adoración a la Muerte en México data desde hace tres mil años, es en esta región zacatecana donde se puede ubicar los primeros inicios de este culto en la actualidad y más claramente relacionado con una de las actividades económicas más importantes del estado: la minería, señala Margarita Bustos Castañeda, cronista del municipio de Sombrerete.

Un claro ejemplo es el culto que los antiguos mexicas tenían con dos de sus principales dioses: Mictlantecuhtli y Mictecacihuatl, Señor y Señora del Mictlan, región de los muertos.

Ubicado a 16 kilómetros de la cabecera municipal, la Noria de San Pantaleón es hoy un asentamiento casi fantasma con apenas 80 habitantes, nada comparado con los 35 mil pobladores que llegó a tener en el siglo XIX durante la bonanza minera.

No obstante, personas provenientes de diversas partes del país y de los Estados Unidos visitan esta comunidad durante todo el año con un sólo objetivo: cumplir la promesa de visitar el templo e imagen de la Santa Muerte.

Su pequeña capilla de adoración se encuentra ubicada en los terrenos particulares de Hortensia Castro, pobladora del lugar, luego de que hace seis años el cura del pueblo mandara sacar y quemar la imagen, cuya presencia por décadas se ubicó en el interior de la Iglesia de San Pantaleón, construida en el periodo de 1726-1738.

Doña Hortensia se encarga de cuidar, limpiar y recibir a los fieles y cuenta que desde niña, fue su abuela, Doña Natalia Zamora, quien se hizo cargo de la imagen de la Santa Muerte cuando aún estaba dentro del templo católico.

Tras la muerte de Doña Natalia a la edad de 93 años, hace apenas seis años, un grupo de sacerdotes instó a la gente del lugar a quemar y destruir las imágenes de la “Niña Blanca”, rescatando casi a la fuerza la efigie destruida. Sus restos calcinados se encuentran actualmente en el altar. Señala que la presencia de creyentes en la Noria de San Pantaleón comenzó apenas hace 12 o 13 años, pese a los sermones dominicales para erradicar este culto.

“Dice el padre que aquí se hacen cosas malas, pero no. Antes tenía una sacristía en la Iglesia. Del pueblo nadie viene a verla, sólo una persona…Ayer venía una muchacha hincada, y el padre en la misa comenzó a decir cosas como que somos gente ignorante”, comenta Doña Hortensia.





SAN PANTALEÓN Y SUS MINAS

La historia de la Noria de San Pantaleón ha estado siempre ligada con la minería. Margarita Bustos, cronista del municipio de Sombrerete e investigadora en Archivos Históricos, señala que este poblado fue fundado por el español Francisco de Ibarra en 1554. Aquí se descubrieron grandes yacimientos e inicialmente se le dio el nombre de las Minas de San Martín.

En aquellos años, esta región estaba poblada por bravos indígenas chichimecas y huachichiles, por lo que la pacificación sólo se logró con el derramamiento de sangre y el sometimiento. La Noria hoy forma parte del llamado “Camino de la Plata” o “Tierra Adentro”.

En esta región se fundó una pequeña villa por las diversas minas encontradas en la zona, no sólo la de San Pantaleón. En 1591, otro español, Santiago de Airón, encontró y explotó grandes e inmensas cantidades de oro y plata, conocidos como los tajos de Airón. De 1726 a 1738 hubo una gran bonanza y fue en esta época que se inició la construcción de la iglesia dedicada a San Pantaleón, cuya imagen, por cierto, fue traída desde España.

La cronista de Sombrerete destaca que fue a partir de 1790 cuando aparece inicialmente la imagen de la Santa Muerte a través de una osamenta hecha con su guadaña, vestida de blanco y colocada en las entradas de las minas.

La inseguridad, los grandes riesgos laborales y en la salud con que trabajaban los mineros en aquellas épocas hacía que la mortandad fuera muy alta y por ende, con un nivel de vida muy corto.

El temor a morir sepultados en los tiros los hacía pedir protección con la siguiente y sencilla oración: “Santa Muerte, permíteme bajar y regresar. Yo te lo agradeceré”. Esta tradición se conservó así por muchos años.

En el siglo XIX Don Francisco Cayetano de la Faguada, Marqués del Apartado, adquiere estas minas y con el tiempo, sus hijos se involucrarían intensamente a favor del movimiento de Independencia de México aportando grandes sumas de dinero a la causa.

En 1935, la gente comenzó a abandonar el poblado debido a la baja producción minera. Años después la mina es adquirida por una compañía norteamericana y posteriormente por la compañía Peñoles.





EL CULTO A LA SANTA MUERTE

Margarita Bustos destaca que en el año de 1950, un señor de apellido Alvarado y originario de Sombrerete hace la primera imagen moderna de la Santa Muerte, misma que fue robada años después.

Posteriormente, otro artesano y pintor de la región, de apellido Villasana, realiza la segunda imagen conocida con las mismas características. Esta última permaneció por años al interior de la Iglesia de San Pantaleón, hasta que fue quemada y destruida recientemente en el año 2005. Hortensia Castro pudo rescatar los restos gracias a que la imagen no estaba inscrita en los inventarios del templo.

Aún cuando desde siempre la Iglesia Católica ha condenado esta veneración, la cronista señala que en la Noria de San Pantaleón, la gente mandaba realizar misas en su honor oficiadas por sacerdotes católicos.

Anteriormente, concluye Margarita Bustos Castañeda, los mineros tallaban ellos mismos pequeñas imágenes de la Santa Muerte y la traían colgada al cuello, y a la vuelta, tallaban también una cruz, por lo cual resulta innegable el origen del culto a “La Señora” con las actividades mineras de la gente de esta región.

Hoy en día, a lo largo de todo el territorio nacional, se pueden encontrar cientos de lugares donde se profesa el culto a la Santa Muerte, incluyendo el polémico Santuario Nacional y a su líder, David Romo, ubicado en las calles de la delegación Venustiano Carranza, en el Distrito Federal; sin embargo, hasta este momento, es en esta pequeña comunidad de Sombrerete, Zacatecas, donde encontramos las primeras muestras de fe en los tiempos modernos a la “Niña Blanca”, como cariñosamente la llaman sus devotos.

Asimismo, si bien es innegable la relación que la cultura mexicana ha tenido desde tiempos ancestrales con la muerte, el culto moderno a “La Señora” tiene tras de si un pasado aún no definido. La colonización española logró disminuir el culto a la Muerte, pero no lo desapareció totalmente… sobrevivió.

Algunos autores señalan el resurgimiento del culto junto con la epidemia de viruela que azotó a la nación en el siglo XIX, en el estado de Hidalgo en 1965 o en el estado de Chiapas, donde se adora un esqueleto de madera que sus creyentes afirman es copia fiel de la osamenta de San Pascualito, quien va por las personas después de morir.

Ante la grave crisis que vive la Iglesia, el culto a la Santa Muerte no sólo representa un importante fenómeno social que entrelaza raíces prehispánicas, católicas o de otras expresiones de sincretismo religioso, sino que es una auténtica muestra de fe del pueblo mexicano.

Ya no son sólo delincuentes, narcotraficantes, prostitutas, ladrones, presos o pandilleros quienes profesan su devoción a la Santa Muerte, sino gente común y corriente, trabajadores, amas de casa, campesinos, obreros, ante la inherente necesidad del ser humano por creer en algo superior…y la Santa Muerte estará presente en todos los momentos de nuestra vida, hasta el final.